Hace muchos años, en una hermosa región llamada Pitolandia Beach, existió una maravillosa civilización, cuyos miembros vivían en hermosas chabolas hechas con tungsteno, caca, ladrillo llagado, almejas y portadas del ABC. Todo era paz y armonía entre sus habitantes.
Pero uno de ellos era especial. Se llamaba Meison, y era un joven pan de molde sin corteza, aunque en aquel lugar, y sin motivo aparente, todos le llamaban DJ baldosa. A diferencia del resto de panes de molde de su aldea, cuya meta en la vida era ser untados con nocilla, sobrasada, paté la Piara o Iniston del tiempo, Meison tenía un sueño que le convirtió en un apestado, en el bicho raro de la región: quería ser una torrija. Quería formar parte del michelín del miembro de alguna cofradía de semana santa.
Su padre, que era una bujía de vespino, estalló de ira al saber las intenciones de su hijo. “Eres la vergüenza de la familia. Acabarás untado en mermelada como tu hermano Kevincostner, y no se hable más”, le decía. La madre de Meison era una ciruela. No tenía boca y por eso no le podía decir nada a su hijo, pero el cocido le quedaba de putísima madre.
Pero Meison, o DJ baldosa, no se dejó amedrentar por la presión de su familia y de su aldea. Se hizo el equipaje, formado por una game boy advance plateada, un consolador con forma de torre Eiffel y un zumo de piña Granini, y sin pensárselo dos veces, marchó. Pensaba en su sueño, en ese huevo que le envolvería el cuerpo, en la leche, en el aceite caliente que le freiría, en las cornetas, en el michelín… el ansiado michelín en el que se alojaría.
Nuestro valiente pan de molde cruzó montañas, mares, y hasta pasos de peatones para intentar llegar a su destino. Dicen que por el camino se encontró con Condoleeza Rice y que hasta practicaron el sexo con penetración y todo. Dicho esto, Meison llegó hasta una carretera, que solo tenía que cruzar para finalizar su viaje. Pero antes de eso, llamó a su madre para decirle el tiempo que hacía y lo que había comido los últimos días. Al darse cuenta de que como no tenía móvil no podía llamar, se dispuso a cruzar. Su sueño de ser una torrija y pasar a ser un michelín de cofrade estaba más cerca.
“Y los sueños sueños son”, creo que eso lo dijo Labordeta o Robespierre pero no estoy seguro. El sueño de Meison iba a ser truncado, pues por ello era un sueño. Al cruzar la carretera fue atropellado por un camión que transportaba fundas de discos vírgenes. Quedó incrustado en uno de sus neumáticos traseros para siempre. Cruel ironía. El neumático no era de la marca Michelín, sino Bridgestone.
La moraleja de este relato es, queridos torrijamigos, es que si no podéis echaros la piel de la picha hacia atrás, no tenéis fimosis, sino que el espíritu de Meison está con vosotros